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Universidad Distrital Francisco José de Caldas

El enemigo no tiene rostro. Reflexiones de la intersubjetividad a la alteridad

Semblanza

Licenciada en Educación Artística de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Laura Angélica cuenta con un Magister en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, y es candidata a Doctora en Educación de la Universidad Distrital. Actualmente se desempeña como docente universitaria. Ha sido ponente en encuentros nacionales e internacionales, y ha realizado múltiples publicaciones en temas asociados a escuela, cuerpo, alteridad y creación colectiva, tales como: “Formación para el nosotros: prácticas de creación colectiva audiovisual en organizaciones juveniles”, o "Estrategia metodológica para niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado escolarizados en Bogotá", entre otros. Su investigación se ha centrado en procesos colectivos artísticos, los cuales buscan resignificar los vínculos humanos, fortaleciendo sentidos de alteridad y diferencia en pro de una convivencia pacífica desde lo educativo.

Resumen

Al estudiar la alteridad y, específicamente, la noción del otro como otro, es decir no solo con quien encuentro afinidad y puedo tener momentos de empatía, sino cuando ese otro es claramente diferente al yo, se nos presenta el problema filosófico de apertura a lo extraño. Dicha apertura, no cooptación, es repasada en esta ponencia, reconociendo que no se trata solamente de un problema ontológico, que se resuelva de manera esencial, sino social y culturalmente. Por ello, de lo filosófico se transita a lo social y ético reconociendo las construcciones de alteridad que hacemos y desde las cuales actuamos. Uno de los puntos de partida de la investigación es la noción de intersubjetividad desarrollada por la fenomenología (Husserl, 1996) . Es pertinente aclarar que la alteridad y la intersubjetividad no son sinónimos, dada la centralidad del sujeto y la constitución de sentido, la intersubjetividad se entendió como categoría de tránsito para llegar a la alteridad. Esta perspectiva permite una descripción filosófica del modo como un sujeto llega a concebir a otro como otro-yo. Por la vía teórica es posible reconocer modos de aparición del cuerpo del otro, los tipos de solicitud y las respuestas que constituyen los relacionamientos que se dan en el mundo de vida de los sujetos. Una idea central en este modo de comprensión es reconocer al otro por ser, en alguna medida, como yo; es decir, suponiendo un momento empático en la relación que determina la posibilidad de dejar ser al otro. La preocupación que surge es, ¿y si el otro no es como yo? ¿No conlleva esa idea base a un problema sobre el otro cuando es totalmente otro? Ese otro, de ser tan diferente a mí, suponiendo orígenes culturales, geográficos, religiosos remotos, se me configura como extraño. Si ese ser es lo extraño, ¿puede acaso desde mi entorno familiar (conocido) abrirse algún espacio de aceptación de lo extraño? Emma León, habla incluso del monstruo en el otro (2011) , afirma: El Otro, el diferente, puede despertar miedo, zozobra o mera inquietud. Su aparición es sentida como amenazante, porque en ella no encontramos indicio alguno sobre nuestra propia singularidad. En lugar de ver en el Otro la condición básica para el misterio de la propia existencia, se realiza una experiencia fundamental en la cual no es posible asentar sentido alguno de lo que está ahí desafiándonos con su sola manifestación, ni de lo que nosotros mismos representamos para su misma vida. (León, 2011, p. 11) Esa zozobra podría operar en la cotidianidad, cultural y políticamente, y experimentarse cuando el otro tiene características que lo presentan como extraño. Los que son como yo empiezan a reducirse a un estrecho margen de amigos y colegas, con quienes comparto infinidad de intereses. Si pensamos en un aula de clase, puede considerarse como otro-extraño al estudiante con discapacidad, al que fue víctima del conflicto armado, al afro; es decir, en el entorno cercano ya operan distancias en las que el trabajo colectivo-solidario suena a proyecto posible sólo en el círculo limitado de los seres como yo. En el desarrollo teórico, referenciado aquí, es posible encontrar un proceso en el que el otro se aparece, solicita mi atención, y respondo desde el cuidado a su solicitud, (Heidegger, 1997) 1 ; cuando esto se pone en contexto, y trata de pensarse en el mundo nuestro (latinoamericano, colombiano), este proceso no es evidente. Ante la aparición del otro, la respuesta puede ser el aniquilamiento, la indiferencia o la agresión. Se está realizando continuamente una deformación de la realidad y de las personas: Los mecanismos de deformación de realidades y personas, de sus secuelas, se comprometen y erosionan todas las formas de producción del sentido que, como seres vivos y de nuestra especie, nos condicionan constitutivamente para colocarnos en el mundo y hacerlo nuestro (sea mediante la imposición, la manipulación o la seducción estratégica disfrazada de simpatía inocente) (León, 2011, p. 16). Dicha construcción de enemigos conlleva a que toda extrañeza sea susceptible de convertirse en hostilidad; es decir, alguien con quien tengo un conflicto particular podría entenderse como adversario, sin embargo, al pensarlo desde la hostilidad se hace inaceptable en su totalidad: “Mientras que el antagonismo descansa sobre un conflicto concreto, la hostilidad se dirige contra el otro mismo” (Waldenfels, 2015, p. 17). Un cuerpo depositario de hostilidad no tiene detalles particulares. El enemigo no tiene mirada, palabra, rostro o un cuerpo concreto. Si el otro no tiene rostro, no puedo dirigirme intencionalmente hacia él, lo que lleva a que no se permita el despliegue de sentidos respecto a quién es y cómo es ese otro. Los sentidos se pueden transformar solo entre cuerpos que se reconocen como tal. No se trata de la negación del sentido; este existe, pero está cerrado al prejuicio. En ese orden de ideas, se reafirma en la negación del otro. El cuerpo en la guerra encarna el significante “enemigo”, frente a lo cual puede darse el destino de la negación e invisibilización, llevando a fracturas en la consciencia de interdependencia. Su existencia (la realidad) solo es posible de darse respecto a otras realidades, y que sin esta necesaria interdependencia no puede realizarse, plasmarse o crearse. De ahí que cualquier aberración sentida o percibida no es más que el producto del más básico encuentro fenomenológico de un sujeto con las alteridades que se le ofrecen en un momento dado. Sin embargo, es el blanqueo, el olvido o el rechazo de esta interdependencia necesaria lo que llega a predominar en las relaciones con el Otro, con su causa de conflictos, de círculos de temores y agresiones que se actualizan en muchas formas de racismo, xenofobia, etnocidio u otros modos perversos ejercidos cotidianamente en nombre de la supervivencia, de la seguridad o de la defensa propia. (León, 2011, p. 13) A partir de este planteamiento inicial, la ponencia reflexiona sobre el paso necesario de la ontología a la ética para la comprensión de fenómenos sociales, específicamente en el marco del conflicto armado colombiano, pensando en ¿cómo podemos ponerle rostro al otro?
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