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Universidad Santo Tomás, Colombia

La «espiritualidad» como una experiencia de extrañeza radical

Semblanza

Es Doctor en Filosofía de la Universidad Javeriana; Magíster en Filosofía Latinoamericana y Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás, donde también se desempeña como profesor titular del Departamento de Humanidades y Formación Integral. Sus líneas de investigación son la fenomenología, la ética, la axiología, la filosofía de la educación y la espiritualidad. Entre sus publicaciones se hallan “Emociones humanas y ética. Para una fenomenología de las experiencias personales erráticas” (2017), “Valores y derechos humanos. Implicaciones jurídicas y pedagógicas” (2009), y “Por los senderos del filosofar (2009) y Fenomenología del cuerpo y su mirar” (2003) En los últimos tres años, ha participado del Proyecto de Investigación «Herencia y reactualización del Barroco como ethos inclusivo». En relación con este proyecto, ha publicado en coautoría los siguientes artículos: «El barroco hispano como espiritualidad alternativa para una época de crisis»; «El barroco hispano como espiritualidad creativa», entre otros.

Resumen

Más allá del ámbito religioso y teológico, la «espiritualidad» es un tema que ha recobrado relevancia para la filosofía contemporánea, a partir de autores como Michel Foucault y Pierre Hadot. Dado el carácter polisémico y polémico de este tema, consideramos oportuno acudir a estos dos autores para clarificar algunos rasgos característicos de la experiencia propia de la espiritualidad. Foucault tematiza la espiritualidad en su obra tardía, particularmente en el periodo denominado «giro subjetivo» y sobre todo en la obra titulada «Hermenéutica del sujeto». En este contexto, distingue dos dinamismos espirituales: la subjetivación y la subjetividad. La subjetivación hace referencia a la vida dada, esto es, la vida constituida por fuerzas ajenas al sujeto, entre las cuales se destacan las formas de gobierno y saber. En palabras de Foucault, la subjetivación alude a «la formación de los procedimientos (ajenos) mediante los cuales el sujeto es conducido a observarse a sí mismo, a analizarse, a descifrarse». La subjetividad, por su parte, hace referencia «a la manera en que el sujeto hace la experiencia de sí mismo en un juego de verdad en el que tiene relación consigo».La subjetividad, entonces, emerge como el campo de juego propicio para ejercitar el espíritu a través de prácticas como el cuidado, la inquietud, el conocimiento y el gobierno de sí mismo. Ahora bien, la impronta singular de la subjetividad no significa una actividad solipsista de espalda al mundo y a los otros; significa, más bien, un dinamismo del sí mismo que emerge de y tiende hacia la intersubjetividad. La subjetividad cobra relevancia especial para la espiritualidad, en la medida en que capta la verdad no como algo objetivo allende al sujeto, sino como un juego que vincula al sujeto de manera activa y creativa. De ahí que Foucault conciba la espiritualidad como «la búsqueda, la práctica, las experiencias a través de las cuales el sujeto realiza sobre sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad». Aquí la espiritualidad es caracterizada ante todo como una askesis, es decir, como un «ejercicio», que requiere entrenamiento y trabajo habitual de la subjetividad consigo misma: «Es un trabajo de sí sobre sí mismo, una elaboración de sí sobre sí mismo, una transformación progresiva de sí mismo de la que uno es responsable, es una prolongada labor que es la de la ascesis» La senda abierta por Foucault y Hadot ofrece pautas significativas para reconocer el estatuto ontológico de la subjetividad y la espiritualidad. Desde esta perspectiva, la subjetividad puede ser concebida como la potencialidad de un «sí mismo» capaz de acceder a una verdad que lo interpela y lo trasciende. La espiritualidad, por su parte, puede ser concebida como un dinamismo cualitativo que la subjetividad requiere comprender y poner en obra para acceder a la verdad. De ahí que la espiritualidad pueda ser caracterizada como: una experiencia intersubjetiva y comunicable; un «ejercicio», que requiere entrenamiento y trabajo habitual de la subjetividad consigo misma; una «conversión», que implica la transformación radical de la subjetividad de cara a su mejoramiento incesante; un camino de «salvación», que muestra al sujeto como un homo viator, a la subjetividad como una tarea infinita y al mundo como un campo de oportunidades; y, finalmente, la espiritualidad puede ser caracterizada como un dinamismo «trascendente», que vincula la subjetividad con una verdad mistérica que envuelve al «sí mismo» y lo desborda. En una línea similar a la desarrollada por Foucault, Hadot concibe la espiritualidad como un «ejercicio» que compromete la subjetividad de manera integral, vinculando en el trasegar sus distintas potencialidades: corporeidad, pensamiento, imaginación, sensibilidad, afectividad y voluntad. Teniendo en cuenta lo anterior, la ponencia tiene como propósito mostrar la espiritualidad como una experiencia de extrañeza radical, cuyo modus operandi implica un dinamismo inmanente en constante tensión con lo trascendente. Dicha tensión puede ser comprendida como el entrecruce entre una vía ascética, en la que la subjetividad opera de modo agente, y una vía mística, en la que la subjetividad es interpelada por lo trascendente. De este modo, el sentido de la experiencia espiritual puede ser comprendido como un “ejercicio” infinito, creativo y mistérico; esto es, un ejercicio que supone, por un lado, esfuerzo, entrenamiento, hábito, transformación, en suma, preparación; y, por otro lado, apertura, escucha y disposición ante la interpelación de un plus de sentido radicalmente extraño.
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