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UNAD, Colombia

La cotidianidad como exceso de lo invisible: Hermenéutica fenomenológica de la vida diaria en el "Ulises" de James Joyce

Semblanza

Pedro Pablo Gaibor Acevedo, fue ganador por Colombia del concurso internacional de cuento de la Unión Latina (2006). Recibió de la Alcaldía de Medellín una beca de creación en teatro de sala (2010) y otra en novela (2017), con la cual publicó con Peguin Random House la pieza narrativa “El rodaje” (2018). También realizó una residencia artística en el Museo de Antioquia (2019), y fue ganador del estímulo para producciones discográficas del Ministerio de Cultura (2020) con un trabajo de música infantil. Desde hace dos años estudia filosofía en la UNAD y hace parte del grupo de estudio “Inflexiones Fenomenológicas” coordinado por el doctor Juan Sebastián Ballén Rodríguez. Actualmente sigue desarrollando su obra en el campo de la literatura, los títeres, la música y la gestión cultural.

Resumen

Lo cotidiano, “aquello que no queda grabado en la historia hecha de “eventos” importantes” (Saito 2008, p.49) es, en la experiencia de sentido, lo ordinario y lo mundano. ¿Cuál es ese mundo que se insinúa en lo mundano de la cotidianidad? Es el mundo como lugar de composibilidad de las “cosas que caen o podrían caer ante nuestros ojos”, el mundo como el invisible “estilo invariable que ellas conservan” (Merleau-Ponty, 2010, p.25). Aún bajo el riesgo de enredarnos en la paradoja de que, entre más nos fijamos en el día a día, más lo rarificamos, comprometiendo “la cotidianidad de lo cotidiano” (Saito, 2008, p.50.), nos atrevemos a hacer una descripción de su carácter fenomenológico. Cuando nos disponemos con mirada fenomenológica, ya estamos trastocando lo ordinario del mundo. ¿Qué es ese exceso que resulta del momento fenomenológico abierto en la vida diaria? Un exceso de matices, de perspectivas, de anamorfosis, bajo el cual el fenómeno siempre resulta, como señala Jean Luc Marion, al hilo de las categorías del entendimiento kantiano, absoluto (relación), insostenible (cualidad), inmirable (modalidad), inabarcable (cantidad) (Marion, 2005). La cotidianidad es precisamente el foco de dispersión de ese exceso de lo invisible. Usaremos como dispositivo paradigmático de nuestra exploración de la vida cotidiana la novela de James Joyce, “Ulises”. En ella encontramos también contradicción a la luz de la estética de la vida cotidiana de Yuriko Saito: aunque se presenta como un objeto estético que nos dispone en modo espectador bajo la convención novelística, aunque establece un marco, tiene una identidad estable y se despliega dentro de unos límites muy circunspectos, aunque, en tanto objeto-libro, privilegia al sentido de la vista por su afinidad a lo intelectual, y sobre todo, aunque nos fuerza, como pieza maestra de la literatura, a reconocer una identidad autoral, el “Ulises” de Joyce es un intento de alcances fenomenológicos por rescatar el orden subjetivo, ese en el que, según Merleau-Ponty, “el desorden y la incoherencia son manifiestos” (Ibid. p.29) un orden que se funda en la cotidianidad de nuestro mundo, en tanto que textura, matiz o color común a todas nuestras vivencias. La cotidianidad es el color, el carácter intencional del vivir. Joyce apuesta por la cotidianidad cuando propone un rescate de los sentidos considerados “bajos” por la tradición del arte paradigmático de occidente, poniendo en primer plano los olores, los sabores y el tacto del 16 de Junio de 1904 en Dublín, Irlanda. Así mismo, el “Ulises”, desafía sus propios límites como obra literaria, apuntando por fuera de sí con sus listas y enumeraciones exhaustivas, con sus aliteraciones y sus paranomasias, entre otros efectos narrativos, dirigiendo la atención a un ámbito de vida universal, transpersonal, en el que el erotismo, la palabra y el mito se yuxtaponen excesivamente: con Husserl, el “Ulises” de Joyce demuestra que “de cada realidad concreta y de cada rasgo individual experimentado o experimentable en ella [la realidad], parte un franco camino hacia el reino de la posibilidad ideal o pura [la fantasía] y hacia el reino del pensar apriórico.” (Husserl, 2002, p.17.) Que una hermenéutica fenomenológica de la cotidianidad en Joyce no es arbitraria se comprueba por las resonancias que tiene su novela con la Quinta Investigación Lógica, en donde “la autopercepción del yo empírico es una experiencia de todos los días” (Husserl, 2009, p.486) Como Husserl, Joyce evita caer en una teoría de las imágenes, insistiendo en su “conciencia intencional peculiar” (Husserl, p. 528) en lugar de en su dimensión representacional. Husserl, sin embargo, realiza su epojé al nivel fenomenológico puro, del que queda “eliminada toda referencia a una existencia empírico-real”, mientras que en la literatura esa referencia asociativa no es, de ninguna manera, extraesencial. Si yo soy o yo percibo no son juicios “plenamente aprehensibles ni expresable de un modo conceptual”, si solo son evidentes en “su intención viva, no comunicable adecuadamente por palabras” (Husserl, p.483) ¿Cómo es posible pronunciarse sobre ellos filosóficamente? ¿No es acaso necesaria la literatura para buscar en los lindes de lo decible la manera de aprehender ese yo soy o yo percibo? La literatura no vendría a ser aquí un área de meras ficciones, sino una rama necesariamente conexa a la fenomenología, en tanto que exploración concreta, con referencia a existencias empírico-reales, de posibilidades fenomenológicamente inaccesibles de cualquier otra manera, de suerte que, refiriéndonos ficcionalmente a los objetos representados, encontrando relaciones entre ellos, no estamos más que dando expresión a un hecho fenomenológico (Husserl, p.506). En suma, destaca en nuestra lectura del “Ulises” la apertureidad de la cotidianidad que propone. En últimas, la cotidianidad se expresa de manera enfática en la fatiga, tanto de la experiencia de lectura generalizada del “Ulises”, como del mismo protagonista, Leopoldo Bloom, al final de su jornada. Barthes desarrolla una reflexión importante a propósito de la fatiga en el seminario sobre “Lo neutro” (Barthes, 2005), insistiendo en que la fatiga surge por las constantes “demandas de posición. El mundo actual está lleno de ellas (intervenciones, manifiestos, firmas, etc.), y es por ello que es tan cansador: dificultad de flotar, de cambiar de lugar.” (Ibid). De hecho, Barthes escala la fatiga a instancias metafísicas como “una especie de idea corporal (no conceptual) una cenestesia mental: el tacto mismo de la infinitud”. (Ibid, p.65): exactamente, la fatiga de Leopold Bloom se siente como “la infinitud soportable en el cuerpo” (Ibid), y en ese sentido, se siente como lo contrario a la muerte, “pues muerte = lo definitivo”. A través de la fatiga retomamos nuestra reflexión inicial: el fenómeno saturado de la cotidianidad, foco de dispersión del exceso de lo invisible, se encarna en la fatiga, en tanto que infinitud soportable en el cuerpo. El “Ulises” nos advierte de estos matices, e invita a eternizar el exceso de lo cotidiano en la palabra poética y la interrogación filosófica.
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