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Universidad del Rosario, Colombia

Temporalidad, fractura y desarraigo. Arendt y las tareas del pensamiento político

Semblanza

Egresado del programa de Artes Liberales en Ciencias Sociales de la Universidad del Rosario, donde a su vez realizó una mención en Historia. Obtuvo su maestría en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, en la cual el tema de tesis abordado es el lugar de la tradición en el pensamiento político de Arendt. Al día de hoy, se desempeña como profesor de cátedra la Universidad del Rosario. Sus intereses de investigación son las intersecciones entre filosofía política y hermenéutica, el pensamiento de Hannah Arendt y la Teoría Crítica.

Resumen

La reflexión arendtiana sobre la intersección entre temporalidad y política no parece ocupar un lugar preponderante dentro de la literatura especializada sobre esta autora. A pesar de que la noción de “tiempo” puede aparecer mencionada de forma periférica en las reflexiones asociadas al concepto de natalidad; o a las interpretaciones sobre la relación entre memoria, narración y política, en líneas generales se trata de un asunto prácticamente inexplorado de su pensamiento. Ahora bien, a diferencia de varios comentaristas para quienes el problema de la temporalidad no es ni siquiera un motivo secundario en el pensamiento de Arendt, considero que una mirada cuidadosa a los conceptos fundamentales que integran su vocabulario político permite dar cuenta de un interés subyacente hacia la temporalidad por parte de la autora. Desde las reflexiones sobre la inmortalidad y la eternidad situadas en la primera sección de La condición humana; pasando por la caracterización de la acción política como un operar atravesado por la “novedad”; hasta llegar al paralelogramo de fuerzas kafkiano con el que Arendt intenta caracterizar las tareas del pensamiento, creo que la cuestión del tiempo constituye una divisa fundamental en su obra. En ese sentido, el ya conocido sintagma “Ya no, todavía no” mediante el cual Arendt describe el horizonte existencial del presente luego de la emergencia de los gobiernos totalitarios, no es solo un artilugio conceptual, sino que representa una instancia ejemplar de las preocupaciones sobre las que descansa el pensamiento político arendtiano, toda vez que su filosofía no es una conceptualización de la estabilidad, sino un ejercicio motivado por develar la manera en la que los sujetos pueden engendrar sentido luego del colapso conceptual y político del totalitarismo. Arendt también utiliza la noción de “continuidad” para ilustrar una operación de carácter temporal, en este caso, para describir el comportamiento de lo que ella denomina la Gran tradición del pensamiento político occidental. Este mecanismo, según la autora, se comportaba como una cadena encargada de garantizar la unidad entre los relatos, conceptos y categorías del pasado y su adecuado uso en el presente (Arendt 2018b, XIII [4] 288-289). La tradición era la responsable mantener una relación de continuidad entre el pasado, el presente y el futuro. Por eso, cada vez que interpretábamos algún fenómeno en el campo de lo político, dice Arendt, lo que hacíamos no era otra que cosa que buscar en el anaquel de la tradición y escoger el concepto que mejor se ajustara a la realidad. En este punto la distinción entre verdad como adecuación (orthetes) y verdad como no-velamiento (aletheia), destacada por Heidegger en su Doctrina de la verdad según Platón, jugará un papel clave en el argumento. Según Arendt, la historia del pensamiento político es el relato de un gesto consistente en juzgar la realidad política según su grado de adecuación al canon de la tradición. El problema, no obstante, es que este modo de actuar, que operó con cierta validez durante casi dos mil años (desde su nacimiento, con la filosofía política de Platón, hasta su clausura por cuenta del pensamiento de Marx y la emergencia de un complejo horizonte sociopolítico situado a finales del siglo XIX europeo), no solo marcó un hábito mental, sino que también oscureció y calcificó otras regiones del lenguaje y del pensamiento. Así, la crisis de este modelo, o mejor, su ruptura, se consolidó con la aparición de los campos de concentración, una realidad frente a la cual el vocabulario tradicional de la política no estaba preparado para entender. La consecuencia necesaria de estos acontecimientos, entonces, es lo que Arendt denomina una crisis de la comprensión, a saber, la inexistencia de cánones, patrones o esquemas para dar cuenta de la originalidad del gobierno totalitario, así como de las condiciones de vida de la época moderna. “¿Cómo medir longitudes si no tenemos unidad de medida? ¿Cómo contar cosas sin la noción de números?”, se preguntaba Arendt poco después de su estudio sobre el totalitarismo(Arendt 2018a, 453). Ahora bien, la crítica a la tradición no solo destaca en una aparente falta de versatilidad conceptual para enfrentar los desafíos políticos de la época moderna, sino porque la historia del pensamiento político de occidente había operacionalizado una forma destructiva de entender lo político que oscurecía sus condiciones fundamentales: la pluralidad, la natalidad, el poder, la acción y el discurso. Por lo tanto, la ruptura de esta tradición, según Arendt, constituye un problema vinculado con nuestra capacidad para producir sentido; pero, al mismo tiempo, se trata un asunto que se encuentra íntimamente relacionado con la temporalidad, porque al romperse la tradición, también se deshizo el hilo que transportaba con confianza nuestras excursiones al pasado, esto es, el espacio en el que estaba incrustado el anaquel de la tradición. Podíamos y, de hecho, todavía podemos volver a esa vieja y cuestionada tradición para intentar entender el presente, pero si el sentido del diagnóstico arendtiano es válido, no debemos hacerlo. A primera vista daría la sensación de que Arendt promueve una especie de actitud ilustrada hacia la tradición, es decir, un deseo de abolirla y, en adelante, actuar en el mundo según las máximas de una razón universal desprovista de prejuicios, oscuridad y superstición. Sin embargo, una revisión cuidadosa de su obra, permite entender que el problema fundamental de Arendt es el de tratar de establecer nuevas conexiones, no tradicionales, con el pasado, es decir, engendrar sentido mediante una problematización de la temporalidad. Hay que hacer hablar nuevamente el pasado usando perspectivas, técnicas y métodos que el canon de la tradición como “adecuación” impide. Dice Arendt: “Hay tres tipos de comentaristas: 1) los que realmente quieren saber lo que pensó el autor, sin ningún interés por el mundo; 2) los que quieren reestablecer de nuevo la tradición; 3) y los que, como Heidegger, se entregan al espacio nuevo de lo pasado y lo ven con ojos nuevos” (Arendt 2018b, XXI [13] 504). Las enseñanzas de este último tipo de comentarista serían, en principio, una buena puerta de entrada a la construcción de sentido luego del desastre totalitario. De este modo, el lugar de la temporalidad dentro del pensamiento político arendtiano no puede tener un desempeño secundario, sino que debe ocupar un rol protagónico, pues la búsqueda de sentido, esto es, la posibilidad de habitar en un mundo en el que se pueden establecer relaciones significativas con la realidad es, por sobre todas las cosas, la tarea principal del pensar político. Los adversarios contra los que debe luchar este tipo de pensar, entonces, no son solo las lógicas conservadoras que pretenden revivir el operar de la tradición, sino las condiciones sociopolíticas que generan desarraigo y que, de algún modo, obliteran relaciones abiertas y racionales con el tiempo. En esta ponencia me interesa mostrar la forma en la que la preocupación por el tiempo desempeña un lugar protagónico dentro del pensamiento de Arendt. Así mismo, me interesa conectar este problema con el horizonte filosófico de la reflexión hermenéutica como una tematización en torno a la construcción de sentido. Para poder dar cuenta de esto mostraré en qué consiste la caracterización arendtiana de la ruptura de la tradición; las razones que hacen inaceptable su reaparición; y las tareas que tiene el pensamiento político para subsanar esta ruptura. Finalmente, a pesar de que las discusiones en torno al “método” resulten cuando menos contradictorias o paradójicas en la filosofía hermenéutica, intentaré resumir algunas ideas generales respecto a cómo se reconfigura la metodología filosófica arendtiana si se coloca en el centro de la discusión la intersección entre temporalidad y política.
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